jueves, 30 de mayo de 2013

La historia del cacique Lempira

Lempira fue un importante líder de la resistencia indígena contra la dominación española. Su zona de operaciones fue un extenso y áspero territorio en la mitad sur de lo que ahora es el departamento de Lempira en Honduras.
El cronista Antonio de Herrera describe a Lempira —cuyo nombre significa ‘Señor de la Sierra’— como “de mediana estatura, espaldudo y de gruesos miembros, bravo y valiente y de buena razón, nunca tuvo más de dos mujeres y murió de 38 a 40 años”.
En el año de 1537, después de la muerte del cacique Entepica, de quien fue lugarteniente, Lempira logró convocar a 200 pueblos para que pelearan unidos contra los españoles, incluyendo a la tribu de los Cares, tradicionales enemigos de la tribu de los Cerquines a la que pertenecía Lempira.
Lempira logró persuadir a 30,000 hombres para luchar por su libertad, y ofreció ser su capitán para conducirlos a la victoria, prometiendo afrontar los mayores peligros, porque consideraba inaceptable que tantos hombres valientes fueran sometidos por unos pocos extranjeros.
Los guerreros se posicionaron en sitios altos y fortificados, llamados “peñoles” por los españoles, a los que conducían a toda la comunidad con abundantes provisiones.
Los principales peñoles de la alianza indígena fueron el cerro Gualapa, el pico de Congolón, el cerro de Coyocutena, el Peñón de Cerquín, el cerro de El Broquel y las lomas de Gualasapa.
Pero el atrincheramiento más importante fue sin duda el Peñón de Cerquín, dirigido por el propio Lempira. El gobernador español de la provincia, Francisco Montejo, entendió que si se quería avanzar en el proceso de la conquista había que apoderarse de esta fortaleza, para lo cual designó al capitán Alonso Cáceres, quien con sus hombres sitió al peñol durante seis meses; pero los indios —que estaban con sus mujeres e hijos bien aprovisionados de víveres— resistieron valientemente el sitio, causando numerosas bajas españolas con sus fechas provistas de agudas piedras de pedernal.
Viendo la valiente resistencia indígena el capitán Alonso Cáceres decidió tomarse la fortaleza por medio de la traición. Para ello dispuso que un soldado se aproximase con su caballo a una roca donde Lempira estaba de pie, y que, mientras le hacía proposiciones de paz, otro soldado cabalgando a la grupa, le disparara con su arcabuz. La estratagema se cumplió al pie de la letra, y al morir el capitán indígena, la numerosa tropa que lo acompañaba se dispersó por los montes, y poco después se rindió a los españoles.
El cronista Herrera narra así el episodio de la traición: “el capitán Cáceres ordenó que un soldado se pusiese a caballo, tan cerca que un arcabuz le pudiese alcanzar de puntería, y que este le hablase, amonestándole, que admitiese la amistad que se le ofrecía; y que otro soldado estando a las ancas, con el arcabuz le tirase; y ordenado de esta manera, el soldado trabó su plática y dijo sus consejos y persuasiones, y el cacique le respondía que ‘la guerra no había de cansar a los soldados ni espantarlos, y que el que más pudiese vencería’; y diciendo otras palabras arrogantes, más que de indio, el soldado de las ancas le apuntó cuando vio la ocasión, y le dio en la frente, sin que le valiese un morrión, que a su usanza tenía, muy galano y empenachado”.
Por tradición se sostiene que Lempira cayó en el sitio de Piedra Parada, cerca de el Pico Congolón, aunque también hay otro sitio conocido como Piedra Parada cerca de Erandique; pero las investigaciones en el terreno conducen a pensar que el héroe indígena pereció en el propio Peñón de Cerquín.
El historiador hondureño Mario Felipe Martínez ha puesto en duda la versión de la muerte de Lempira de Antonio de Herrera, después de descubrir en el Archivo de Indias una probanza que presentó en 1558 ante las autoridades españolas de México el soldado Rodrigo Ruiz.
El documento es de suma importancia, porque confirma la existencia real de Lempira —al que algunos hondureños de escasa fibra patriótica consideran una leyenda— el nombre del cacique (al que se refiere como El Empira), la descripción de la guerra y el escenario de la misma.
El propósito del soldado Rodrigo Ruiz al escribir esta probanza era impresionar a las autoridades españolas con el fin de obtener una pensión para los últimos años de su vida. Allí Rodrigo cuenta la hazaña de haberse enfrentado solo ante Lempira, provisto de su espada y rodela, llevando su cabeza como trofeo y recibiendo en el camino muchas heridas de parte de los indios, heridas que casi le provocan la muerte.
Aunque Rodrigo apoya su dicho con el informe de varios testigos —algunos supuestamente presenciales— no se puede confiar totalmente en el testimonio de unos compañeros de guerra dispuestos a ayudar a su amigo en un hecho de unos veinte años atrás.
Por su parte el obispo Cristóbal de Pedraza —quien se destacara por su defensa de los indígenas— en una fecha tan fresca como lo es el 18 de mayo de 1539 informa desde Gracias a los Reyes de España que a Lempira fue necesario vencerlo con ‘cierta industria’, es decir, no en combate frontal, como dice Ruiz.

miércoles, 29 de mayo de 2013

ESPERANDO...

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.
Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.
Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.
Juventud revolucionaria
A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.

Un joven Napoleón Bonaparte
Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.
En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.
Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.
Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.
Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.
Militar exitoso
Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.

Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)
Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.
El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.
Primer Cónsul
En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.

Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)
Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.
Napoleón, Emperador
La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.

Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)
La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.
Nada podía resistirse a su instrumento de choque, laGrande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.
La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.
A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.

Napoleón con sus hijos
Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.
El ocaso
El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.
El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.
La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.
La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.
Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.
Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.

DR. ADOLFO ZUÑIGA


Este eminente abogado, diplomático y periodista, nació en Tegucigalpa en 1836 y fue de los intelectuales que colaboraron con el Dr. Marco Aurelio Soto en el proyecto de nación que la historia registra como la "Reforma Liberal".- El Dr. Zúñiga junto a Ramón Rosa lograron sustentar las bases de un sistema progresista que transformó a la República, ideales que defendió con valentía frente al conservatismo desde las páginas del periódico "La Paz" que se editaba por los años ochenta del siglo XIX en la capital de la República.- A la edad de 64 años, al iniciarse el siglo XX, en 1900, su llama intelectual se apagó en la misma ciudad que le vio nacer.

ARTURO OQUELI HERNANDEZ

Hombre sencillo, vivió con la humildad que caracteriza a los hombres que aprecian más la riqueza del espíritu que aquellas materiales que confunden el alma.- "Pituro" nació en 1887 aspirando el aire puro que se desprendía de las entonces verdes montañas que rodeaban a Tegucigalpa.- En una casa de adobes en el barrio El Jazmín, su hogar materno, el escritor pasaba la mayor parte de su tiempo emborronando cuartillas y tomando los pocillos de café que amorosamente le preparaban su esposa "Chepita" y su cuñada "Choncita".- Ese fue el entorno donde se inspiró para escribir sus famosas novelas "El Gringo Lenca", "Lo que dijo don Fausto", "El Brujo de Talgua", "El Cultivo de la Pereza" y Silbando al Viento".- Escribía artículos para los diarios impresos de la capital enrolándose así en el periodismo nacional siendo uno de los fundadores de la "APH".- Sin más fortuna que sus magistrales obras, "Pituro" Oquelí falleció en la ciudad de sus amores en 1953.- Le sobreviven sus hijas Milvia y Seyda.

ARTURO MARTINEZ GALINDO



Vino al mundo en la Tegucigalpa del año 1900 y cuando sólo contaba con veinte años de edad, incursionó en las letras junto a Froylán Turcios colaborando con el gran escritor para editar la Revista Ariel.- En el extranjero ávido de cultivar su intelecto conoció a figuras descollantes de la literatura de aquel entonces y retornó a la patria cuando la política constituía un peligro para quien o quienes se mostraban adversos al gobierno imperante.- Combativo en sus escritos contra el régimen, utilizando el pseudónimo de Julio Sol, con valor se enfrentó desde la tribuna que utilizaba para fustigar al Comandante de Armas de Trujillo lo que le costó la vida al ser asesinado en Sabá, Colón en 1940.- Su obra más conocida fue "Sombras" un libro de cuentos de alto contenido sociológico.

Biografía de Francisco Morazán

José Francisco Morazán Quezada nació el 3 de octubre de 1792, en Tegucigalpa, Honduras, y fue el Presidente de la República Federal de Centroamérica, siendo el Jefe de Estado de Honduras, Guatemala, El Salvador y Costa Rica. Su nombre está fuertemente relacionado con el ideal unionista centroamericano, por lo que es considerado uno de los personajes más importantes la historia de América Central.
Hijo de Eusebio Morazán y Alemán y de Guadalupe Quezada y Borjas, sus primeros estudios los realizó con el fraile José Antonio Murga, y luego se convirtió en autodidacta lo que, acompañado de su fuerza intelectual y física, ayudaron a forjar una impecable disciplina.
Su primer trabajo lo obtuvo como asistente delAlcalde Narciso Mayol, con quien aprendió varias técnicas importantes sobre la administración de la capital de Honduras.
En el año 1824 fue nombrado "Secretario general del gobierno" del primer Jefe de Estado de Honduras, Dionisio de Herrera. Luego de que los conservadores se hicieran cargo del gobierno de su país, estalló una guerra civil en Centroamérica. En medio de dicho acontecimiento bélico, Morazán fue tomado preso en Ojojona.
Una vez puesto en libertad, comandó al ejército de Honduras con el fin de liberar a su país del dictador Justo Milla, objetivo que consiguió luego de un avasallante triunfo en la "Batalla de La Trinidad". Gracias a esto, fue nombrado líder de los liberales centroamericanos, consiguiendo el puesto de "Presidente de Honduras". Pero el objetivo del militar era algo más que eso, por lo que se lanzó a liberar a El Salvador, dejando al mando de Honduras aDiego Vigil. Luego de juntar un ejército de 600 hombres, partió hacia el país centroamericano, al cual, luego de ganar la memorable "Batalla de El Gualcho", declaró la libertad de El Salvador.
Gracias a sus reiterados triunfos, cada vez más soldados se alistaban a su ejército, por lo que decidió partir hacia Guatemala, en donde agrupó fuerzas indígenas y criollas, que le permitieron vencer en la "Batalla de Las Charcas" el 15 de marzo de 1829. A pesar de su heroica lucha, las fuerzas guatemaltecas no se rindieron, por lo que el ejército libertador debió partir hacia la capital. Una vez que pisaron el territorio de la Ciudad de Guatemala, fueron sorprendidos por un ataque sorpresa que venció a un pelotón del ejército. Pero no les alcanzó a los conservadores para acabar con las fuerzas de Morazán, que el 13 de abril de ese mismo año, sitió la ciudad y derrocó al gobierno de los conservadores.
Luego de que se realizaron las elecciones constitucionales, Morazán fue nombrado "Presidente de la República Federal de Centroamérica". Una vez que comenzó a ocupar su cargo, propuso una serie de reformas con la intención de acabar con el subdesarrollo de los pueblos de Centroamérica, por lo que estableció el libre comercio, modificó la ley de las exportaciones, fomentó al proteccionismo en la industria textil, llamó a la libertad de culto, impulsó políticas para la educación de todos los ciudadanos e implementó el Código de Livingston, el cual establecía un nuevo sistema penitenciario.
Luego de varios intentos de derrocar al Presidente, los grupos opositores consiguieron llevar la desestabilizad en el país, por lo que Rafael Carrera, líder de los conservadores, consigue derrocar de su cargo al militar hondureño aunque nunca le pudo ganar una batalla. Fue así como Guatemala volvió a ser un país gobernado por los conservadores.
El 11 de julio de 1839, fue declarado "Jefe de Estado de El Salvador", aunque este cargo lo mantendría muy poco tiempo, debido a que la inestabilidad política estaba en toda Centroamérica, por lo que fue obligado a renunciar de su cargo.
En su reclusión, el líder político escribió: "Y para que nada faltase de ignominia y funesto a la revolución que habéis últimamente promovido, apareció en la escena el salvaje Carrera, llevando en su pecho las insignias del fanatismo, en sus labios la destrucción de los principios liberales y en sus manos el puñal que asesinara a todos aquellos que no habían sido abortados, como él, de las cavernas de Mataquescuintla. Este monstruo debió desaparecer con el cólera morbus asiático que lo produjo. Al lado de un fraile y de un clérigo se presentó por la primera vez revolucionando los pueblos contra el Gobierno de Guatemala, como envenenador de los ríos que aquellos conjuraban, para evitar, decían, el contagio de la peste. Y contra este mismo Gobierno, fue el apoyo de los que en su exasperación le dieron parte en la ocupación de la Ciudad de Guatemala. Fue su peor enemigo cuando éstos quisieron poner término a sus demasías y vandalismos, y su más encarnizado perseguidor y asesino cuando el salvaje se uniera con vosotros".
Pero ese no había sido el fin de la carrera de Morazán, debido a que varios opositores del gobierno de Braulio Carrillo en Costa Rica le pidieron ayuda para derrocar al gobernador que se había autoproclamado "Jefe Vitalicio de Costa Rica". Por esta razón, el general partió junto a 500 hombres y logró librar, por segunda vez, a Costa Rica de las manos conservadoras: "Costarricenses: Han llegado a mi destierro vuestras suplicas... Vuestros clamores han herido por largo tiempo mis oídos, y he encontrado al fin los medios de salvaros, aunque sea a costa de mi propia vida".
El general Antonio Pinto Soares y el coronel Florentino Alfaro Zamora iniciaron una campaña para derrocar al líder costarricense, por lo que, luego de capturarlo, se lo llevó al paredón de fusilamiento junto a algunos de sus colegas. El 15 de septiembre de 1842, fue fusilado por el ejército conservador revolucionario. Las últimas palabras de Morazán fueron: "Aun estoy vivo".

Moisés Becerra

(n. 26 de diciembre de 1926, Dulce Nombre de Copán, Honduras, Es un artista de reconocimiento internacional por sus pinturas.
Originario del Municipio de Dulce Nombre de María del Departamento de Copan, situado en el occidente de la república de Honduras. Recibió sus estudios básicos en las escuelas públicas de la localidad. En 1940 se fundaría la Escuela Nacional de Bellas Artes (Honduras) en la capital de la república y al saber que el Maestro santarrosense Arturo López Rodezno, ocuparía la dirección de dicha escuela se matriculo graduándose de la misma y obteniendo en 1962 una invitación para continuar sus estudios en la Academia de Arte de Roma, Italia; graduándose con honores.
El artista se una Definido Dentro de la Corriente de la Neo Figuración Plástica en Cual No Se aleja de la realidad en sí, no aparta el mundo objetivo ni el sujeto de sus obras, es decir el hombre y sus quehaceres. Se trasladaría a la ciudad de Milán, Italia donde fundaría una galería de arte para promover la pintura latinoamericana; durante su residencia allá se desempeñó también en la docencia en el Instituto Constanza y la Academia Modigliani.